viernes, 5 de febrero de 2010

LA VIDA MAS ALLÁ DE LA MUERTE (LEONARDO BOFF)

Leonardo Boff, en su libro expone de una manera sencilla, real y teológica una visión muy evangélica y reconfortante del misterioso y terrible “Más allá”; inicia con un esbozo acerca del principio de esperanza que tiene su fundamento en la inspiración de la Escritura, que refleja las realidades futuras del destino humano. También puedo decir que por otra parte se realza con gran valor la realidad histórica, donde el hombre es un mundo de posibilidades que le permiten conocer, amar y sentir dentro de un entorno determinado y determinante.

En este mundo el hombre puede esperar, planear y manipular el futuro, dentro de una experiencia profunda de fe, la cual le permite organizar una serie de ideas con miras a un proceso continuo de renovación, regeneración y perfeccionamiento consigo mismo y con Dios. Leonardo Boff afirma que donde se tiene fe y amor hay esperanza, no una esperanza muerta, o expectativa sino mas bien es una esperanza viva y fiel en la resurrección, que no es otra cosa que la total y exhaustiva realización de las posibilidades latentes en el hombre, y que se hacen patentes de acuerdo a su dinamismo de posibilidades de unión íntima con Dios, comunión cósmica con todos los seres, superación de todas las ataduras y alienaciones que marcan toda nuestra existencia terrena en el proceso de gestación, evolución y perfeccionamiento en el amor.

Los cristianos aclamamos que Cristo es nuestra esperanza porque tenemos plena confianza en su venida, esto es, en la Parusía o segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo, quien se hizo hombre y murió por nuestra redención y santificación. Es por eso que la revelación se da en la historia como acontecimiento que salva y vivifica en Jesucristo Nuestro Señor. En este sentido aparece la categoría o la imagen de Reino de Dios que se edifica y se construye en el aquí y ahora, esto es, en la tierra, puesto que en la mentalidad bíblica era en la tierra y en la carne donde el hombre alababa a Dios y se alegraba con Él. El hombre no es solo pasado y presente, es principalmente futuro, pero no un futuro en otro mundo sino más bien un futuro que se ha de construir en el aquí y ahora, no para después de la muerte, ya que el Reino de Dios se ha de construir para ahora mismo, ahí radica la esperanza cristiana a la cual apunta Leonardo Boff en su libro “La vida mas allá de la muerte”.

SINTESIS TEMÁTICA.
La espera es un tema bastante controvertido en la escatología, sobre todo porque implica el hecho de la muerte y lo que viene después. ¿Esperamos resucitar en cuerpo y alma o simplemente entendemos la resurrección como un cambio de estado? La Resurrección no debe ser entendida como reanimación de un cadáver y retorno a la vida mortal, sino como el término final del proceso de hominización, iniciado en los oscuros orígenes de la evolución ascendente y convergente. Ella es la realización de la utopía humana del hombre revelado, latente en el principio de la esperanza.

En Occidente se afirma que el hombre es un compuesto de cuerpo y alma. Pero ¿qué papel juega entonces la muerte? Por una parte, no puede ser calificada como separación entre el alma y cuerpo, porque no hay nada que separar. El cuerpo, en la muerte, ya no es sentido como una barrera que nos separa de los demás, y de Dios, sino como radical expresión de nuestra comunión con las cosas y con la globalidad del cosmos.

Por otra parte, el hombre nace, crece, se hace adulto, madura, envejece y muere; en este sentido, la muerte es como el nacimiento de un niño donde el hombre llega totalmente a sí mismo. Al morir, el hombre pasa por una crisis semejante: enflaquece, va perdiendo el aire, agoniza y es como arrancado de este mundo.

La muerte se presenta como la situación privilegiada por excelencia en la vida, en la cual el hombre irrumpe en una entera maduración espiritual, donde la inteligencia, la voluntad, la sensibilidad y la libertad se pueden, por primera vez, ejercer en su plena espontaneidad, sin los condicionamientos exteriores y las limitaciones inherentes a nuestra situación en el mundo.

El hombre ante la muerte, se juzga a sí mismo, es decir, entra en una crisis tan violenta que puede ser no sólo destruido moralmente, sino físicamente, llegando incluso al suicidio o pérdida de sentido existencial. Es por esto, que la hora de la muerte no es una decisión inicial sino una decisión final. El juicio ya lo estamos viviendo aunque en forma incipiente e imperfecta, siempre que pasamos por situaciones de crisis.

Afirmamos que el juicio en la muerte tiene una dimensión propia de una última y plena determinación del hombre delante de dios, con la posibilidad de una conversión para el pecador. El momento de la muerte está íntimamente ligado con el pasado del hombre.

La muerte es el paso del hombre a la eternidad. El problema es que se confunde el orden del tiempo con el de la eternidad, como si la eternidad fuera un tiempo más perfeccionado con materia espacio-temporal; de esta manera la muerte significaría exactamente la total entrega y despojamiento del hombre. En ese perderse está el salvarse.

¿Qué sucede con el hombre cuando llega el final de su vida y debe entrar en lo perfecto y santo, siendo pecador e imperfecto? Con Dios nadie convive si no es totalmente de Dios. Aquí es donde reside el lugar teológico del purgatorio. El purgatorio es ese proceso doloroso, como todos los procesos de ascensión y educación, en el cuál el hombre, en la muerte, actualiza todas sus posibilidades, se purifica de todas las arrugas que la alienación pecaminosa fue dejando en la vida, por la historia del pecado y de sus consecuencias.

El purgatorio sería el proceso de maduración al que el hombre debe llegar para poder participar de Dios y de Jesucristo. Puesto que purgatorio es una situación humana, es decir, no es un lugar hacia el cual vamos. En este sentido, si el purgatorio es el término de un largo proceso de maduración y crecimiento purificador, se inicia ya en la tierra. Si el hombre hace todo esto y no se desespera, habrá pasado por la escuela de Dios y por su clínica.

Cuando se nos habla de la absoluta realización humana, Boff se refiere al cielo como lugar de encuentro consigo mismo y con los otros. La palabra cielo significa la absoluta realización del hombre como satisfacción plena de su sed de infinito. El cielo no es la parte invisible del mundo, está sucediendo aquí en la tierra, y por tanto realiza al hombre en todas sus dimensiones: la dimensión de cara al mundo como presencia e intimidad fraternal con todas las cosas, la dimensión hacia el otro, como comunión y perfecta fraternización y sobre todo la dimensión hacia Dios, como unión filial y entrada definitiva de un postrer encuentro de amor.

Si el cielo es profundamente humano, es la total realización de las posibilidades de ver, no la superficie de las cosas, sino su corazón. Por eso cuanto alguien es mas diferente del otro, tanto más es enriquecido por él. Por esta razón el cielo ser un radical encuentro, que significa la capacidad de ser en los otros, sin perder la propia identidad.

El cielo no es un lugar para el cual vamos, sino una situación en la cual seremos transformados, si vivimos en el amor y en la gracia de Dios. El cielo de nuestras estrellas y de los viajes espaciales de los astronautas, y el cielo de nuestra fe, no son idénticos. Por eso cuando decimos en el credo que Cristo subió a los cielos, no queremos decir que él, anticipándose a la técnica moderna, emprendió un viaje.

Para el cielo de la fe no existe tiempo, dirección, distancia, espacio. Esto vale para nuestro cielo temporal. El cielo de la fe es Dios mismo, de quien las Escrituras dicen: “El mora en una luz inaccesible” (1° Tim. 6, 16).

El cielo debe entenderse como aquella dimensión de la realidad que se nos escapa y que constituye la atmósfera de Dios, infinita, plena y sumamente realizadora de todo lo que el hombre puede soñar y aspirar de grande, del bello, de reconciliador y de plenificador.

Cielo es simplemente sinónimo de Dios, y para el Nuevo Testamento, de Jesucristo Resucitado. Por su ascensión él no penetró en las estrellas o en los inmensos espacios vacíos del cosmos, sino que alcanzó su plenitud completa y logró el punto más alto que podemos imaginar de penetración en el misterio de Dios.

Jesucristo resucitado nos deja una idea de cielo: en él todo trasluce y reluce; nada de lo que es humano es dejado, sino asumido y plenificado: su cuerpo, sus palabras, su presencia, su capacidad de comunicación. El cielo es la potencialización de aquello que ya en la tierra experimentamos.

Cuando se menciona el infierno se afirma que es la total frustración humana, puesto que el hombre posee una dignidad absoluta de poder oponerse a Dios y decirle no. En este sentido se afirma que el infierno no viene de Dios, viene de un obstáculo puesto a Dios por el hombre pecador. Es así como el Infierno se convierte en un estado del hombre, que se identifica con su situación egoísta, que se petrifica en su decisión de pensar sólo en sí y en sus cosas y no en los otros y en Dios.

Infierno es un estado del hombre, que se identificó con su situación egoísta, que se petrificó en su decisión de pensar sólo en sí y en sus cosas y no en los otros y en Dios. Es algui9en que dice un no tan decisivo que no quiere y no puede ya nunca decir un sí.

El futuro del hombre consiste en poder revelar a Dios en forma perfecta y transparente. El hombre es llamado a ser asumido por Dios de tal forma que a semejanza de Jesucristo, Dios hombre, Dios sea todo en todas las cosas y forme con el hombre una unidad inconfundible, inmutable, indivisible e inseparable. En este sentido el cosmos está consagrado a participar en esta divinización y Cristificación. En este sentido, Dios fuente infinita y sin origen, conoce una historia y un proceso llamado trinitario. Dios Padre se expresa y se revela totalmente y se llama entonces Hijo. Padre e Hijo se comunican mutuamente y juntos se expresan en el Espíritu Santo.

Los mismos apóstoles le preguntan de manera directa a Jesús por el día en que acontecerá el fin de los tiempos. Cristo por su parte da a entender a sus apóstoles que él mismo desconoce el momento en que irrumpirá el fin; por otra parte, no deja dudar de que sea en breve, en tiempo de sus contemporáneos. “En cuanto a ese día a esa hora, nadie la conoce, ni los Ángeles de Dios, ni el Hijo, sino el Padre”. En Mc 9,1 Cristo afirma: “En verdad os digo que hay algunos aquí presentes que no probarán la muerte antes de ver venir con poder el reino de Dios”.

Por último el autor nos aclara y precisa la diferencia que existe entre escatología y Apocalíptica. Por un lado asegura que La escatología habla del presente en función del futuro; aquí se experimenta el bien, la gracia, en forma imperfecta. Por otra parte, afirma que la apocalíptica habla partiendo del futuro en función del presente. Es un género literario como nuestras novelas futuristas. La apocalíptica nos representa en forma fantástica el futuro: lo describe con pinceladas fuertes para consolar a los fieles en el presente o para comunicarles una verdad escatológica, como el cielo o el infierno o el juicio o el purgatorio, revestido de un ropaje impresionante, para llevar a la conversión o a la seriedad de la vida.

En el N.T. las verdades escatológicas (muerte, juicio, venida de Cristo, resurrección de los muertos, etc.), son descritas mediante el género apocalíptico. Es propio del género apocalíptico, describir el futuro y los acontecimientos salvíficos en términos de catástrofes cósmicas, de guerras, luchas reñidas entre monstruos, en un pomposo lenguaje esotérico.

La escatología es una reflexión sobre la esperanza cristiana. Como tal, constituye una tónica para toda la teología y un colorido para todos los tratados.
El Ya constituye el futuro realizado. El Todavía no, forma el futuro abierto. La fe y la esperanza nos aseguran que estamos siempre acogidos en las manos de Dios que lo circunda y penetra todo. Nada sucede sin Su amor. El está siempre cerca del hombre. Por esto el hombre puede estar siempre alegre y jovial aun en las tribulaciones; sin embargo el Ya está siempre abierto al Todavía no que vendrá.

El cristiano a causa de su esperanza, sabe que no hay nada de trágico en el mundo porque cree que nada escapa a Dios. La verdad no está solamente en aquello que es, sino sobre todo en aquello que todavía no es, pero será.
La verdad del hombre no está en el hombre como se encuentra hoy, sino en el hombre como será mañana y como ya anticipadamente, fue manifestado en Jesús resucitado.

COMENTARIO CRÍTICO.
Leonardo Boff asegura que la muerte es una crisis radical donde el hombre se enfrenta a su propia realidad y toma la decisión de acercarse o alejarse de la gracia de Dios. En la muerte el hombre es colocado frente a una decisión fundamental. Decisión significa “crisis-juicio-ruptura”. En la muerte el hombre entra en la crisis más decisiva de su vida, tiene que decidirse puesto que en un momento se ve así mismo lo que fue y lo que no fue, por esta razón en este momento de crisis también puede darse un momento de total conversión.

Si miramos a nuestro alrededor nos damos cuenta que la muerte es la gran señora de todo lo que es creado. La vida va gastando su capital energético hasta morir. La vida misma es un gran misterio, aunque se la entienda como la auto-organización de la materia lejos de su equilibrio, es decir, en situación de caos. De dentro del caos irrumpe un orden superior que se autorregula y se reproduce: es la vida. Pero esto no explica la vida, solamente describe el proceso de su aparición. La vida sigue siendo misteriosa, como los mismos biólogos y cosmólogos afirman continuamente.

Hay una realidad, tan real en la existencia humana, como toda la existencia, no existe dos realidades…la resurrección es un proceso que ya nos afecta…en el que estamos inmersos, y de acuerdo a nuestra actitud a ese proceso…gastar la vida por los demás, o retenerla para sí… estaremos realizando ya ahora un salto evolutivo, no mensurable, pero si accesible por lo menos en parte a nuestro sentir-percibir, esa parte de la realidad que no se mensura…y este proceso no transforma sólo al hombre, sino a toda la realidad.-
Evolucionar: Pasar de lo corruptible a lo incorruptible de un plano de realidad sometido a los diversos cambios, a otro no sometido a ningún cambio. Justamente por la presencia de ese proceso es que decimos que lo cotidiano esta preñado de resurrección por la presencia del Espíritu Santo.-

Tanto, que si separamos resurrección del plano de la realidad tangible, y no entendemos que los planos de la realidad, son la realidad…y no partes de ella, estaremos separando el actuar de Dios de nuestra realidad cotidiana… lo que pondría la resurrección y a Dios allá lejos en el cielo y a lo mortal y mensurable… aquí en la tierra… Entonces ya nuestra historia no sería historia de salvación.

Para el ser humano, la muerte constituye siempre un drama y una angustia. Todo en su ser clama por una vida sin fin, pero no por eso puede detener los mecanismos de la muerte que se aproxima inevitablemente.
En alguien la vida se mostró más fuerte que la muerte e inauguró una sintonía superior. Es el significado principal de la resurrección, como un tipo de vida no amenazada ya por la enfermedad ni por la muerte. Por eso la resurrección no puede ser entendida como reanimación de un cadáver a ejemplo de Lázaro, sino como una revolución dentro de la evolución, como un saltar a un tipo de orden vital no sometido ya a la entropía.

La resurrección no es un estadio superior de la evolución. En mi opinión no es aconsejable mezclar estos dos ámbitos tan diferentes y, a la vez, tan importantes para las personas creyentes, pues “creer” no es lo mismo que “saber”, y para mí al menos es muy importante tener estos conceptos bien diferenciados.

La vida ha surgido en el planeta Tierra siguiendo las leyes del universo. Como creyente, esas leyes proceden del Ser Supremo que llamamos Dios, y a partir de ellas en las que incluyo la evolución, sin necesidad de más intervenciones divinas, han surgido todas las especies de seres vivos que han habitado, habitan y habitarán este planeta, incluida la especie humana que desaparecerá en su día, como tantísimas otras que ya han desaparecido.
Con esto se afirma que la vida mortal se transfigura. En el proceso evolutivo la vida alcanzó tal densidad de realización que la muerte ya no consigue penetrar en ella y hacer su obra devastadora. La angustia milenaria desaparece, se sosiega el corazón, cansado de tanto preguntar por el sentido de la vida mortal. En fin, el futuro se anticipa, queda abierto a un desenlace feliz, y apunta hacia una vida más allá de este tipo de vida.

Los seguidores de Jesús atestiguaron el sepulcro vacío y la manifestación del “novísimo Adán”. Tal suceso generó una ilimitada jovialidad y una inagotable fuente de esperanza hasta hoy día. Si Jesús resucitó, nosotros los humanos, sus hermanos y hermanas, hemos sido alcanzados por esta resonancia de la resurrección de otro orden y presenciamos anticipadamente un poco del fin bueno de la creación y de la vida.
Aunque suponga la fe, la creencia en la resurrección constituye un ofrecimiento de sentido para todos los que apuestan por algo que puede ir más allá de esta vida. Por esta razón, la alternativa no es vida o muerte, sino vida o resurrección.

Vivimos condicionados por nuestra materia humana y en ella y por ella lo que es nuestra vida, núcleo permanente que va compartiendo momentos de existencia con la materia en constante cambio, se nos presenta como algo que, como lo material, termina en muerte considerada como fin. Pero si a ese fin nos referimos como resultado de una prueba negativa de permanencia definitiva de la estructura material, hay que afrontar qué es lo que ha permanecido constante como proceso vital en sus sucesivos finales, no de la estructura, sino de sus componentes, Y, sólo desde aquí, también sin pruebas científicas o racionales por falta de fenomenología, abordar el endosar muerte a lo que es vida. Hablar de esa muerte, referida como final de la vida, ya es un acto de fe humana permitida por la carencia de absurdo sobre cualquier opción, de afirmación o negación, por la que nos inclinemos. Porque la perennidad de la vida más allá de lo que consideramos muerte es algo que aceptamos o negamos por simple y llana libertad. Y esto es lo que enmarca humanamente lo que también, con relación a la fe religiosa sobre la vida permanente o eterna, es un acto de nuestra voluntad libre condicionando a nuestra mente. Creo que la resurrección de Jesús, lo que aportó a sus discípulos, y por ellos a toda la Humanidad, es una motivación relativamente probatoria dentro de la capacidad contingente humana para acercarles y mantenerles en una opción libre de fe positiva: El resucitado era el que compartió vida con ellos y de cuya muerte en cruz fueron testigos.
Ya sería hora de que en la Iglesia se priorizara, y en sentido de liberación o salvación humana universal esta incorporación a Jesús de las personas en tanto sujetos, con o sin lo corporal, sacando todas las consideraciones positivas que Dios nos ofrece en y por su encarnación: la filiación divina universal aceptada por fe y la fraternidad real universal como realización práctica personal y colectiva.
Con lo dicho arriba el texto de Leonardo Boff me parece muy pertinente ya que ofrece una esperanza ante la encrucijada que para el hombre arremete en el momento de la muerte pues ahí converge el pasado, el presente y el futuro, se pone en juego su esperanza, porque el sujeto frente a la muerte y el deceso de este mundo, tiene una teoría bastante buena y creíble, pero una vez él es tocado por esta situación ahí en ese mismo instante es donde se pone a prueba todas las teorías que ha manejado y con las que dio muchas respuestas tantas veces.

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